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miércoles, 18 de marzo de 2015

Diario Jaén:La cerámica desaparecida de Baeza


Vio la luz en los últimos días de 2014, treinta y cinco años después de que la casualidad hiciera llegar a las manos de Juan Antonio Lechuga Salazar piezas de cerámica rotas, enterradas en el olvido, el puzle que le haría reconstruir un pedazo de la historia de Baeza.

Aproximación al estudio de la desparecida cerámica de Baeza es el resultado de estas tres décadas de investigación y, sobre todo, de una inquietud por este arte que creció casi a la vez que él. “Recogía desde niño todos los trozos de cerámica que encontraba”, recuerda. Reconocida esa afición por sus convecinos, en torno al año 1979, recibió dos sacos con un auténtico tesoro: “Al comenzar las obras de cimentación, el propietario de un solar del barrio de San Pedro halló dos pozos con restos de cerámica y material de lo que debió ser un alfar. Llenó dos sacos y me los dio”. Ahí comenzó todo. “Me sorprendió que hubiera elementos como trípodes y parrillas que hacían de estantes para la cocción, lo que me llevó a pensar que allí había un alfar”. 

Y el hallazgo lo llevó al Archivo Municipal de Baeza —donde todavía hoy, ya jubilado, invierte cada día al menos cuatro horas— para documentarse. Allí comprobó que los primeros padrones de oficios en Baeza, sobre 1600, hablaban ya de los alfares y descubrió que estas piezas de cerámica halladas lo llevaba a una época comprendida entre finales del siglo XVI y principios del XVII. “Comparte muchas características con la cerámica granadina, la de Teruel, la de Triana y el Levante, las de tradición morisca, cultura de donde viene la cerámica vidriada”, destaca. Y estas señas de identidad son piezas con fondo blanco estánnico decorado con azul de cobalto con diseños de tallos y motivos geométricos. Pero también la mayor parte de las piezas tenían una cruz en el centro, lo que las lleva al siglo XVII y se enmarcan  en cerámica castellana de ascendencia morisca. No se extraña, de hecho, de que fueran los mismos moriscos los que trabajaran al servicio de los hacendados. “Este hallazgo y otros posteriores nos ayudaron a investigar y situar los alfares en la ciudad de Baeza en los barrios de San Pedro, San Vicente o la calle de los Azulejos”, destaca. No se puede afirmar, reconoce, que Baeza fuera un centro importante de producción —no cree que existieran más de seis o siete alfares— pero sí la importancia por antigüedad y relación con esta tradición morisca presente en otras zonas de la península. 

Estas piezas y muchas otras se conservan en el Museo de Baeza desde su apertura, pero en ellas no se detuvo el estudio de Juan Antonio Lechuga Salazar y Francisco García Montoro, coautor de este libro. “Hacemos un repaso por toda la historia de la cerámica en Baeza, —con una detallada descripción por épocas y zonas— hasta los últimos alfareros que desaparecieron tras la guerra, en los años 50. Estos fueron Agustín García Lechuga y Francisco Blázquez”, destaca. Este último perteneciente a una larga tradición llegada desde Lucena y con muchos descendientes. Es “a todos los artesanos que con sus manos mantienen vivo el noble arte de la alfarería” a quien dedica el resultado de esta larga y fructífera investigación este maestro jubilado y también pintor, acuarelista y dibujante. De hecho, toda esta investigación ilustrada con dibujos y bocetos de las reconstrucciones de las piezas, además de decenas de fotografías.